Hace un tiempo, en mitad de una conversación con un hombre de un pueblecito perdido de Dios en Navarra, en una de nuestras cada vez menos frecuentes escapadas en moto, me dieron una sutil lección de humildad. A uno, que viene de la ciudad con cierto aire de superioridad eso sí, sin alardes, y eso que quede bien claro, el hombretón le comentó que estaba aprendiendo Chino y claro, yo le pregunté (pensando para mi mismo: ¿para qué leches le va a servir a este hombre el Chino en estos parajes?) "¿y por qué aprende usted Chino?", y con una sonrisa pícara y a la vez burlona me responde: "¿Y por qué no...?" Ahí quedé completamente retratado y en cierto modo un poco avergonzado. Al ratito descubrí que el supuesto cateto de pueblo no era tal, ya que el tipo era delineante y que hablaba inglés perfectamente (ahora convencido que algún idioma más tendrá por su cercanía con Francia) ya que había estado en Nueva York hacía muchos años, de joven quizás, cuando por aquellos entonces cruzar el charco era símbolo de opulencia o de inquietud cultural, caso al que me remito por pura deducción, todo sea dicho.
Desde entonces, he aprendido a valorar a todo aquel que me responde de esa manera y en cierto modo, esa persona me ha ganado. Para mí, eso es actitud en la vida y me encanta.
En estos días pienso en Patxi, ese tío risueño y en qué estará haciendo o pensando en estos momentos.
Va por ti y por todos los que pensáis así...
Carlos.
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