Fue un 24 de diciembre del 89. Serían las seis o las siete de la tarde. El día de los tan denostados zapatos y un día antes de entrar a formar parte de esta familia.
Mi primer contacto con la casa y ella me sonrió, se sabía guapa, porque en Nochebuena siempre se ha puesto sus mejores galas para recibirlos a todos. Y esa tarde yo también me sentí bien recibido. Pero no más que cualquiera que la haya pisado por primera vez, porque ella nunca ha hecho distinción, ni de clases, ni de sexos, ni de colores. Siempre tan acogedora y justa.
No hace falta que explique que la hace tan especial, todos lo sabéis de sobra.
Hoy va a cambiar de manos. No conozco a los próximos afortunados que van a disfrutarla, pero he oído que son buena gente y que están muy ilusionados. Pues que sepan que esa casa tiene algo para darles que aún desconocen, y eso no se compra, porque no tiene precio.
Gracias por tanto Madá,